lunes, 3 de febrero de 2014

Ocho de diciembre, domingo

No podría mentir: con el pasto entre mis dedos y el sol en la cara, este ha sido uno de los días más relajantes que he tenido jamás. Perderme en el "silencio", recostarme descalza... era tal el ambiente que ni siquiera tuve ánimos de escribir sobre lo que sucedía.

Pero... confieso que hoy estuve deseando cometer una injusticia sin saberlo: quise tener a mi numen para mi sola. Pensé que lo único que faltaba para que ese día fuese perfecto en mi haraganeo literario sería tenerlo junto a mí. Podía escuchar su voz somnolienta, sentir sus besos en mis mejillas, sus manos en mi cabello y su respiración en mi seno. ¿Cómo equivocarme? Lo quería, y lo quiero conmigo... pero no pensé en lo que él quería.

Mi mente se fue a todos los domingos que me llamó a su lado, y yo respondí, insatisfecha, porque ansiando estar en su compañía, iba donde no quería estar. Me percaté que yo iba a hacer lo mismo Y no es tan fácil ser egoísta cuando te preocupas por el corazón de otro.

Así, melancólica, me fui muy lejos a un rincón de flores y abejas, prefiriendo estar sola para poder extrañarlo.

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