lunes, 3 de marzo de 2014

Reto: ¡Yo escribo! (3/8)

¿Cómo es vuestro ambiente de trabajo? 


¿Han estado alguna vez con un libro en el regazo y una taza de té (o café, cada cual con su cuento) al lado? ¿En un escritorio soleado en un cuarto apacible? Y allí entre sus manos,  ¿un cuaderno impoluto y una pluma preciosa al lado? Vamos, es el sueño de muchas el poder crear un "algo" magistral en un paraíso así, y me incluyo completamente. No hay más que calma, silencio y belleza. 

De tu cabeza podrían salir poemas de amor inspirados en las rosas del florero, novelas dramáticas en las que el príncipe escala el mismo balcón que está allí para declarar su amor a la princesa, cuentos rápidos como los pajarillos que se sientan a contemplarte y se van en un suspiro o lentos como el vuelo de una abeja panzona que retoza al sol. ¿A que no es perfecto, inspirador...?


Para mí, no. El bosque, la perfección, el silencio... todo eso sirve para sumergirme en el mundo de la lectura, ese momento en el que solo estás tú y nadie más. Pero, ¿escribir? Ja.


El escenario es el Metro de Santiago, observando fijamente a la gente a mi alrededor o perdiendo decididamente la mirada. Solo tengo como testigo a mi cuaderno de inglés, o religión, que pierden hojas tanto como las lleno a modo de catarsis emocional o historias locas que pueden surgir al momento. Debe haber ruido ambiental, y suelo escribir de noche o con un luz tenebrosa y gris. Y mi lápiz es el siempre fiel Parker tinta negra, que cuido de siempre tener a mano en cualquier momento.



Y si no, entonces escribo en la biblioteca de mi escuela, un lugar pequeñísimo donde solo está lo indispensable, con mesas pequeñas y una luz amarillenta. Allí también hay mucho ruido, pues al momento en que me siento hay miles de estudiantes revoloteando alrededor, terminando trabajos, pidiendo y devolviendo libros, estudiando con profesores... una algarabía completa que me ayuda a poder concentrarme en lo mío. Allí nadie presta atención a alguien que esté trabajando con dos libros encima de la mesa, un estuche rebosante de lápices negros y azules y un cuaderno diminuto.

En esos momentos al azar nacieron rimas estúpidas que leo casi siempre, personajes pequeños que no llegan a tener nombre pero que deambulan por las calles de mi capital, y que en realidad no son nada serio, sino pequeños monstruos que me acompañan todos los días. 

Así, yo escribo en el bullicio.

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